Todos podemos Cumplir Un Sueño

La palabra «hogar», deviene del latín Focus, que significa “fuego”, ese mismo que antiguamente se encontraba en la entrada de las casas, o dentro de ella y que, por necesidad de calor o de luz, invocaba a cada familia a rodearlo. Podríamos decir que, así como el fuego, hogar, es el lugar que invita, resguarda del viento, de la lluvia, del frio…

Están los que dan esperanza, los que acompañan, los que hacen que ese “fuego”, que en la vida sentimos cuando algo nos apasiona, crezca en cada uno de sus integrantes y los alienta a soñar con su destino. También los que con manos cuidadosas alternan pautas y caricias. Que no temen enfrentar todas las vicisitudes de la vida, que dan lo mejor de sí, para que muchos niños y niñas puedan vivir, lo más semejante a un hogar familiar.

Hace poco Federico Voigt, egresado del Hogar, tuvo la generosidad de compartirnos su testimonio, como manifestación de la historia y vigencia que tiene el Hogar en su compromiso con la infancia. Federico nació en Argentina, allá por el año 1940, hijo de inmigrantes alemanes que vinieron a apostar al Nuevo continente.  A pocos meses de su nacimiento, falleció su padre repentinamente, y de buenas a primeras, su madre se encontró sola, con dos hijos muy pequeños, debiendo enfrentar una vida en un territorio que no era el suyo. Es así como a través de la red de la colectividad alemana del país, dio con el Hogar María Luisa, por aquel entonces, año 1944, el llamado Asilo de Niños que estaba ubicado en Aldo Bonzi, Pcia. de Buenos Aires.

Nos cuenta que en ese entonces en el hogar eran 22 niños y 18 niñas, cada grupo con un cuidador referente. En su caso, el sr. Ricardo Poebing, quien como el mismo Federico nos transmite, tenía un claro objetivo: darles a estos niños el calor de hogar: “Al correr de los años iba reconociendo el trabajo titánico que había suministrado el Sr. Poebing. Su dedicación era todo el día, todos los días. Nos despertaba entre 6 y 7 con un enérgico: “levante señor, educación física». Era fotógrafo, organizaba excursiones, teatro. Las hacía de jardinero y cada chico era responsable de un cierto sector del jardín o huerta. También apicultor y la miel se batía con manteca y se servía para el desayuno, alternando con Quaker, sémola o polenta bastante espesa, lo que nos facilitaba construir canales en el plato y observar cómo fluía el café, en esta variedad que llamábamos “Polenta a la brasilera».

Esos recuerdos amorosos de infancia es el legado que hoy en el Hogar María Luisa, resguardamos y luchamos día a día por mantener, en una realidad cada vez más difícil, más dura.

Generar expectativa en niños que por las razones que fuesen, no se encuentran con sus padres, y están alejados de su entorno habitual (aun no siendo el más adecuado para ellos), podemos asegurar que no es tarea fácil, sin embargo, Herr Poebing dejó huella en la memoria de Federico y sin dudas en la de todos. “En el correr de los años tuve la suerte de hacer algunos viajes por varios continentes. Pero el más emocionante- recuerda Federico- fue el organizado por él a Córdoba. Medio año antes ya comenzaban los preparativos con clases de geografía, meteorología, mineralogía, dibujo.”

Que alguien pueda rememorar tantos años después, con tanto amor, su experiencia de paso por nuestro Hogar, no hace más que inyectarnos con algo que no tiene cura, el servicio a la comunidad, la dedicación incansable por revertir realidades dolorosas en infancias con oportunidades, en ayudarlos a mantener la ilusión que una vida mejor si es posible, y mucho más posible aún, si sienten que pueden ir de tu mano, que en vos encuentran su hogar.

Rompamos el paradigma de creencias que nos hace suponer que los niños con estas realidades solo necesitan cubrir comida y abrigo. ¿Dónde quedan los sueños?, ¿las inquietudes?, ¿las herramientas para buscar oportunidades?, ¿la alegría para mantener vivas las esperanzas de una vida y de un mundo mejor?

No hay mejor ejemplo que el relato de Federico; cuanto más inclina la balanza hacia una vida plena si nos comprometemos con amor, constancia y entendemos que existe también el alimento emocional, un abrazo, festejar cumpleaños, el saber que vas a estar pase lo que pase, poder ir a la escuela…

Todos estos cuidados también forman parte de los desafíos del hogar. Alimentá el fuego con tu compromiso y forma parte de la huella comunitaria del Hogar María Luisa. Una huella que trasciende fronteras, realidades, décadas, que sigue trabajando porque los chicos y chicas puedan cumplir sueños, imaginar aventuras y crear sus propias historias.

Isabela Crosato
Voluntaria del Hogar