Hace unos días salió una nota sobre un tema que conocemos bien: los bebés que nacen con cocaína en sangre. El hecho de haber atravesado una gestación con una mamá en consumo deja huellas profundas que los acompañarán toda la vida.
Nota Infobae:
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Lo vemos también en niños más grandes, que llegan a los hogares cuando el consumo problemático de sus progenitores fue una de las causas de la separación familiar. Hoy, ese impacto se advierte desde el nacimiento. También se advierte en los barrios, donde los vecinos ya saben que los papelitos de colores tirados en la calle no son “carnaval carioca”, sino la evidencia de que las adicciones están en la puerta de sus casas.
Como directora y gestora de una organización de la sociedad civil, dice Ana Álvarez, no puedo dejar de pensar en el origen de los problemas. Siempre es preferible invertir para prevenirlos, porque los costos, económicos, sociales y humanos para intentar repararlos son mucho más altos. En este caso hablamos de la vida de niños que no tienen posibilidad alguna de autocuidado, cuya dependencia es total y absoluta.
Este no es un problema de ayer ni de antes de ayer. Y también sé que es preferible abordarlo en etapas incipientes, antes de que tome relevancia, y mucho más antes de que se naturalice.
Aprendí que cuando uno tiene muchos problemas, siempre hay alguno que al resolverlo permite aliviar varios. Pero si intentamos una estrategia aislada para cada uno, seguramente no lleguemos a ningún lado. Y las organizaciones sociales no contamos con recursos infinitos: al contrario.
No digo que el problema de las drogas sea sencillo, rápido ni agradable de enfrentar. Pero sí digo que está claro de quién es la responsabilidad. También está claro que necesitamos a los mejores gestionando, con perspectiva de derechos de infancia.
Hagamos equipo. Trabajemos con las víctimas. Ocupémonos de lo importante y que cada uno asuma su responsabilidad.